No son muchos los turistas que al visitar Roma reconozcan el palacio Grazioli. En la città hay multitud de palacios que fueron edificados por las principales familias romanas, las más próximas al papado en los siglos XVII y XVIII en la época de esplendor de la Roma barroca. Pero el Grazioli tiene algo de especial.
Situado en pleno centro de Roma pasa en general desapercibido a no ser por la cantidad de carabinieri que lo protegen, que lo rodean por completo, armados con subfusiles. Vamos a acercanos al palacio Grazioli para comprender mejor qué representa.
El inmueble está en la vía del Plebiscito, junto a la plaza Venecia, que es la Puerta del Sol, el kilómetro cero de Roma. A Piazza Venezia la identifica el enorme y anacrónico monumento a la patria, el Vittoriano, al que los romanos lo identifican como una tarta nupcial o una máquina de escribir, y el palazzo Venezzia, desde cuyo balconcillo que da a la plaza, Benito Mussolini daba sus discursos y declaró la guerra a los aliados ante una enfervorecida multitud. Era la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial que tan penosas consecuencias produjo en el país transalpino. También en el palacio, que fue la primera gran edificación del Renacimiento romano, se reunió el Gran Consejo Fascista bajo la presidencia de Mussolini en julio de 1943 y se le derogaron sus poderes al Duce ante la invasión angloamericana de Sicilia y los bombardeos americanos de Roma.
Miren de frente al balcón y la calle que sale a la derecha rodeando el palacio es la vía del Plebiscito. Si avanzan un poco más verán otro palacio, prácticamente frente a la puerta principal del Venecia, en cuya entrada hay siempre un nutrido grupo de carabinieri. Ese es el palacio Grazioli.
Se trata de la residencia privada del actual presidente del Consiglio (presidente del Consejo de Ministros y por tanto primer ministro italiano), Silvio Berlusconi, del cual hablaré largo y tendido en próximos artículos. Baste decir que Berlusconi es una peligrosa mezcla italiana de los españoles Jesús Gil y José María Ruiz-Mateos, convenientemente aderezada por los avatares de la política italiana y que se ha convertido hoy en día en un trasunto entre un bufón y una mala película de terror.
La particularidad de la vida política italiana ha convertido a esta residencia privada de Berlusconi en una de las sedes del palacio presidencial del Consejo de Ministros. Por tanto, tiene su gracia -si no fuera un asunto tan serio- el que el primer ministro haya convertido su casa en el centro donde se toman importantes decisiones que afectan a un país y a la política internacional, y más teniendo en cuenta que el palacio que la República tiene destinado al primer ministro, el Chigi, está a solo unos metros del Grazioli.
Pero el palacio de la vía del Plebiscito es mucho más que eso. Berlusconi es un político atípico. Frecuentemente vemos como los intereses del Estado pasan por sus propios intereses. No es extraño por tanto que si a Berlusconi le interesa reunir a sus ministros en su casa romana lo haga, y más aún, si le interesa hacerlo en su villa milanesa de Arcore, fije esa teórica capitalidad del Estado -como sede puntual del Consejo de Ministros-, en la ciudad lombarda para general mosqueo de los romanos.
Porque con la llegada de Berlusconi al poder, fueron muchas las ocasiones en las que el Consejo de Ministros se trasladó a Milán y eso no sentó demasiado bien en Roma por la rivalidad existente entre ambas ciudades. Piensen por unos momentos que en España tuviéramos un presidente catalán y frecuentemente se llevara a Barcelona las reuniones del Consejo.
Berlusconi no es un tipo que caiga demasiado bien en Roma. De hecho, se puede considerar que los romanos son de izquierdas a pesar de la victoria en las últimas elecciones municipales del candidato de derechas, Gianni Alemanno, fruto del espectacular hastío de la izquierda italiana. En realidad, Berlusconi sustenta su poder en el apoyo que suele recibir del norte italiano y de la Italia profunda, la Italia más rural, entre otras muchas complejidades políticas.
Por eso, cuando Berlusconi se lleva las reuniones con sus ministros a la Villa di Arcore, que también tiene una historia muy peculiar y truculenta sobre cómo fue comprada por Berlusconi a un precio irrisorio, los romanos se cabrean. Y causa perplejidad cuando lo hace en su residencia romana particular.
Cuenta el magnífico Enric González, quien durante varios años fue corresponsal de El País en la capital italiana, que cuando el centro izquierda ganó las elecciones políticas de 2006 y Romano Prodi fue elegido presidente de Consiglio, y por tanto ocupó el palacio Chigi, il povero Silvio mandó construir una réplica de la sala del Consejo en una estancia del palacio Grazioli por aquello de superar la nostalgia del poder. Lo cuenta en su magnífico libro 'Historias de Roma'; no dejen de leerlo.
Recuerdo que en aquellas elecciones de abril de 2006 -a las que también dedicaré un artículo-, cuando conocieron la victoria in extremis de la coalición de centro izquierda, decenas de romanos se fueron de la plaza Santi Apostoli, donde se encontraba la sede de la coalición, a la vía del Plebiscito, a apenas un centenar de metros. Frente al palacio Grazioli, donde en aquellos momentos se encontraba mascando su derrota il povero Silvio, fueron muchos los que gritaron una simple frase: '¡A casa!'. Hubo también quienes pronunciaron uno de los peores insultos italianos: 'Pezzo di merda' (trozo de mierda). Pero lo que más me llamó la atención fue cuando llegaron cuatro jóvenes en un pequeño utilitario que detuvieron a diez metros del palacio para celebrar la victoria de la coalición y la derrota de Berlusconi. Bajaron del coche y entonces sonó a tope una canción en el equipo de música del vehículo. Era 'Nel blu dipinto di blu', de Doménico Modugno, más conocida en España por su estribillo de 'Volare'. Se limitaron a bailar aquella canción -eran entonces las tres de la madrugada- y se marcharon como habían llegado.
Del palacio Grazioli también se sabe que además de algunas reuniones del Consejo de Ministros, hubo otros encuentros, éstos más escandalosos. Se trata de las fiestas con escorts (eufemismo y extranjerismo para referirse a prostitutas de lujo) y con jovencitas aspirantes a velinas (presentadoras y azafatas en las muchas televisiones de Berlusconi.
En la capital de España las residencias del poder son centrífugas. Piensen donde se encontraba el palacio de Franco (El Pardo) o el palacio de la Zarzuela, residencia de los Reyes, o el palacio de la Moncloa. Eso no es algo muy habitual en otros países.
Pero es que en Roma, las estancias del poder son extremadamente centrípetas. El palacio del Quirinale, sede de la presidencia de la República y jefatura del Estado; el Parlamento, el Senado de la República y el palacio Chigi, sede de la presidencia del Consejo de Ministros se encuentran múy próximos unos de otros, tanto que se puede hacer un recorrido a pie pasando por todos ellos que no dura más de veinte minutos.
Si lo hacen, -ese recorrido por las estancias del poder italiano en Roma- no dejen de pasar por delante del palacio Grazioli. Por cierto; los servicios de seguridad le han recomendado no hace mucho a Berlusconi que utilice más el palacio Chigi y que prescinda de vivir en el Grazioli para garantizar mucho mejor su protección. De todos modos la omnipresente presencia de los carabinieri sigue indicándonos que el Grazioli es una de las estancia del poder en Roma.
Situado en pleno centro de Roma pasa en general desapercibido a no ser por la cantidad de carabinieri que lo protegen, que lo rodean por completo, armados con subfusiles. Vamos a acercanos al palacio Grazioli para comprender mejor qué representa.
El inmueble está en la vía del Plebiscito, junto a la plaza Venecia, que es la Puerta del Sol, el kilómetro cero de Roma. A Piazza Venezia la identifica el enorme y anacrónico monumento a la patria, el Vittoriano, al que los romanos lo identifican como una tarta nupcial o una máquina de escribir, y el palazzo Venezzia, desde cuyo balconcillo que da a la plaza, Benito Mussolini daba sus discursos y declaró la guerra a los aliados ante una enfervorecida multitud. Era la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial que tan penosas consecuencias produjo en el país transalpino. También en el palacio, que fue la primera gran edificación del Renacimiento romano, se reunió el Gran Consejo Fascista bajo la presidencia de Mussolini en julio de 1943 y se le derogaron sus poderes al Duce ante la invasión angloamericana de Sicilia y los bombardeos americanos de Roma.
Miren de frente al balcón y la calle que sale a la derecha rodeando el palacio es la vía del Plebiscito. Si avanzan un poco más verán otro palacio, prácticamente frente a la puerta principal del Venecia, en cuya entrada hay siempre un nutrido grupo de carabinieri. Ese es el palacio Grazioli.
Se trata de la residencia privada del actual presidente del Consiglio (presidente del Consejo de Ministros y por tanto primer ministro italiano), Silvio Berlusconi, del cual hablaré largo y tendido en próximos artículos. Baste decir que Berlusconi es una peligrosa mezcla italiana de los españoles Jesús Gil y José María Ruiz-Mateos, convenientemente aderezada por los avatares de la política italiana y que se ha convertido hoy en día en un trasunto entre un bufón y una mala película de terror.
La particularidad de la vida política italiana ha convertido a esta residencia privada de Berlusconi en una de las sedes del palacio presidencial del Consejo de Ministros. Por tanto, tiene su gracia -si no fuera un asunto tan serio- el que el primer ministro haya convertido su casa en el centro donde se toman importantes decisiones que afectan a un país y a la política internacional, y más teniendo en cuenta que el palacio que la República tiene destinado al primer ministro, el Chigi, está a solo unos metros del Grazioli.
Pero el palacio de la vía del Plebiscito es mucho más que eso. Berlusconi es un político atípico. Frecuentemente vemos como los intereses del Estado pasan por sus propios intereses. No es extraño por tanto que si a Berlusconi le interesa reunir a sus ministros en su casa romana lo haga, y más aún, si le interesa hacerlo en su villa milanesa de Arcore, fije esa teórica capitalidad del Estado -como sede puntual del Consejo de Ministros-, en la ciudad lombarda para general mosqueo de los romanos.
Porque con la llegada de Berlusconi al poder, fueron muchas las ocasiones en las que el Consejo de Ministros se trasladó a Milán y eso no sentó demasiado bien en Roma por la rivalidad existente entre ambas ciudades. Piensen por unos momentos que en España tuviéramos un presidente catalán y frecuentemente se llevara a Barcelona las reuniones del Consejo.
Berlusconi no es un tipo que caiga demasiado bien en Roma. De hecho, se puede considerar que los romanos son de izquierdas a pesar de la victoria en las últimas elecciones municipales del candidato de derechas, Gianni Alemanno, fruto del espectacular hastío de la izquierda italiana. En realidad, Berlusconi sustenta su poder en el apoyo que suele recibir del norte italiano y de la Italia profunda, la Italia más rural, entre otras muchas complejidades políticas.
Por eso, cuando Berlusconi se lleva las reuniones con sus ministros a la Villa di Arcore, que también tiene una historia muy peculiar y truculenta sobre cómo fue comprada por Berlusconi a un precio irrisorio, los romanos se cabrean. Y causa perplejidad cuando lo hace en su residencia romana particular.
Cuenta el magnífico Enric González, quien durante varios años fue corresponsal de El País en la capital italiana, que cuando el centro izquierda ganó las elecciones políticas de 2006 y Romano Prodi fue elegido presidente de Consiglio, y por tanto ocupó el palacio Chigi, il povero Silvio mandó construir una réplica de la sala del Consejo en una estancia del palacio Grazioli por aquello de superar la nostalgia del poder. Lo cuenta en su magnífico libro 'Historias de Roma'; no dejen de leerlo.
Recuerdo que en aquellas elecciones de abril de 2006 -a las que también dedicaré un artículo-, cuando conocieron la victoria in extremis de la coalición de centro izquierda, decenas de romanos se fueron de la plaza Santi Apostoli, donde se encontraba la sede de la coalición, a la vía del Plebiscito, a apenas un centenar de metros. Frente al palacio Grazioli, donde en aquellos momentos se encontraba mascando su derrota il povero Silvio, fueron muchos los que gritaron una simple frase: '¡A casa!'. Hubo también quienes pronunciaron uno de los peores insultos italianos: 'Pezzo di merda' (trozo de mierda). Pero lo que más me llamó la atención fue cuando llegaron cuatro jóvenes en un pequeño utilitario que detuvieron a diez metros del palacio para celebrar la victoria de la coalición y la derrota de Berlusconi. Bajaron del coche y entonces sonó a tope una canción en el equipo de música del vehículo. Era 'Nel blu dipinto di blu', de Doménico Modugno, más conocida en España por su estribillo de 'Volare'. Se limitaron a bailar aquella canción -eran entonces las tres de la madrugada- y se marcharon como habían llegado.
Del palacio Grazioli también se sabe que además de algunas reuniones del Consejo de Ministros, hubo otros encuentros, éstos más escandalosos. Se trata de las fiestas con escorts (eufemismo y extranjerismo para referirse a prostitutas de lujo) y con jovencitas aspirantes a velinas (presentadoras y azafatas en las muchas televisiones de Berlusconi.
En la capital de España las residencias del poder son centrífugas. Piensen donde se encontraba el palacio de Franco (El Pardo) o el palacio de la Zarzuela, residencia de los Reyes, o el palacio de la Moncloa. Eso no es algo muy habitual en otros países.
Pero es que en Roma, las estancias del poder son extremadamente centrípetas. El palacio del Quirinale, sede de la presidencia de la República y jefatura del Estado; el Parlamento, el Senado de la República y el palacio Chigi, sede de la presidencia del Consejo de Ministros se encuentran múy próximos unos de otros, tanto que se puede hacer un recorrido a pie pasando por todos ellos que no dura más de veinte minutos.
Si lo hacen, -ese recorrido por las estancias del poder italiano en Roma- no dejen de pasar por delante del palacio Grazioli. Por cierto; los servicios de seguridad le han recomendado no hace mucho a Berlusconi que utilice más el palacio Chigi y que prescinda de vivir en el Grazioli para garantizar mucho mejor su protección. De todos modos la omnipresente presencia de los carabinieri sigue indicándonos que el Grazioli es una de las estancia del poder en Roma.
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