"Uno se enamora lentamente de Roma, poco a poco, pero para siempre" (Nikolai Gogol)

jueves, 3 de junio de 2010

El Coliseo y los cristianos


No se crean todo lo que les cuentan acerca de los cristianos que fueron martirizados en el Coliseo durante el imperio romano. Duden de la cultura cinematográfica americana y de la iconografía católica que nos muestra a pobres cristianos sirviendo de pitanza para los leones. No se dejen engañar porque no es del todo cierto. No existe ninguna fuente histórica que avale que sistemáticamente las ejecuciones de cristianos, en las épocas del imperio en que hubo persecuciones, tuvieran lugar en el anfiteatro Flavio. ¡Si hasta se nos ha dado a entender que en época de Nerón fue cuando más cristianos fueron devorados por los leones en el Coliseo! Falso. ¡Por aquel entonces no existía el Coliseo! De hecho el anfiteatro se construyó en parte de los terrenos que ocupaba la Domus Aurea, el palacio de Nerón. Pero tampoco está la historia del Coliseo exenta de crueldad. ¡Ni mucho menos!
La construcción del anfiteatro empezó bajo el mandato del emperador Vespasiano entre el 70 y 72 después de Cristo. Poseía un aforo para 50.000 espectadores, con ochenta filas de gradas. Mediante un ingenioso sistema llamado velario, El Coliseo contaba con una cubierta de tela desplegable accionada mediante poleas. Esta cubierta, hecha primero con tela de vela y luego sustituida por lino (más ligero), se apoyaba en un entramado de cuerdas. Cada sector de tela podía moverse por separado de los de alrededor, y eran accionados por un destacamento de marineros de la flota romana con lo que en poco tiempo el anfiteatro podía ser cubierto sin que los espectadores se vieran perjudicados por la lluvia o el sol.
Los que estaban cerca de la arena eran el emperador y los senadores, y a medida que se ascendía se situaban los estratos inferiores de la sociedad. En el Coliseo tenían lugar luchas de gladiadores y espectáculos públicos, y es cierto que también hubo ejecuciones de prisioneros.
Sin embargo no fue allí donde se daba muerte a los cristianos, sino que es más probable que murieran en la colina Vaticana, donde Nerón había construido un circo y donde hoy se encuentra el estado del Vaticano. Lo normal es que a los cristianos se les quemara vivos o se les crucificara, tal y como nos cuenta Alberto Angela en su libro 'Un día en la antigua Roma'. También parece que se les cubría de pieles y se les echaba a perros hambrientos para que fueran devorados.
Es más probable que las ejecuciones en el Coliseo fueran de presos comunes a quienes se condenaba a ser devorados por las bestias o a luchar unos condenados con otros como gladiadores. Para los romanos la muerte era un espectáculo, sí es cierto, pero no menos que para otros pueblos antiguos e incluso contemporáneos.
La crueldad era notable puesto que si el condenado a las bestias trataba de escapar del hambriento animal era asaeteado para permitir que fuera atrapado por el león o cualquier otro carnívoro. El caso era dar espectáculo y ese costaba poco a los organizadores de los juegos.
Sin embargo ese no era el momento más importante en los espectáculos del Coliseo. Lo más preciado era la lucha de gladiadores, que eran auténticos ídolos de masas. Pues bien, en esas luchas no era tan habitual, como la cinematografía nos ha indicado, que hubiera muertes. La razón es muy simple: La preparación de un gladiador costaba mucho dinero y los organizadores de los juegos no estaban por la labor de gastar más de la cuenta. Lo del dedo hacia abajo para indicar al gladiador que ganaba la lucha que diera muerte a su oponente, no era demasiado frecuente.
Otra cuestión que conviene anotar es la razón por la que los cristianos fueron perseguidos. En contra de lo que la historiografía nos ha indicado tradicionalmente, sobre todo la de fuentes cristianas, la religión romana era extremadamente tolerante. A lo largo de la república, y sobre todo, del imperio, el panteón romano fue creciendo notablemente, sobre todo a medida que se iban conquistando nuevas tierras. Las legiones romanas importaban cultos de aquellos lugares que conquistaban. ¿Por qué no se iba a importar el cristianismo? ¿Por qué se iba a perseguir entonces a los cristianos? Por una sencilla razón: por el carácter excluyente y monoteista del cristianismo. Quienes abrazaban la fe en Cristo excluían a los dioses del panteón romano. Y eso sí estaba penado. De todos modos hubo épocas más tolerantes con el cristianismo y otras en las que la persecución fue espectacularmente intensa.

È la musica






È la musica, la musica che mi fa sognare

È la musica che mi fa cantare,

che mi aiuta quando sono giù di cuore

È la musica dell'anima, quella che mi piace di più

Es la música, la música que me hace soñar
Es la música que me hace cantar,

que me ayuda cuando estoy bajo de corazón
Es la música del alma, aquella que más me gusta
Andrea Mingardi





Un país que ha visto nacer a grandes compositores como Vivaldi o Albinoni, como Rossini, Puccinio Verdi, o a cantantes como Caruso, como Modugno, Celentano o Morandi, por fuerza tiene que amar la música de manera muy especial. No es exagerado decir que ésta es para los italianos tan importante como la selección de fútbol -la squadra nazionale-, como la pizza, la pasta o el café. Es por tanto una de las señas de identidad que hay que tener en cuenta cuando se quiere conocer qué piensan y sienten los italianos.
Somos muchos los que pensamos que no es casual que cuando los italianos hablan parece que cantan, que la musicalidad que imprimen a su entonación es fruto de ese amor que tienen por la música. Es probable que no haya una lengua que suene tan bien al oído como la italiana cuando se habla en la península transalpina. Si acaso puede comparársele el español que se habla en Argentina, pero claro, ahí también está la influencia de los cientos de miles de inmigrantes italianos que llegaron a lo largo del siglo XX al país andino. Fueron ellos quienes dotaron al idioma español que se habla en el cono sur americano de su musicalidad. Por eso el ‘argentino’, el ‘uruguayo’ o el ‘chileno’ suenan con esa musicalidad tan peculiar.
Amar la música transalpina no es difícil. Hay infinitas razones para hacerlo: Desde el medieval Pallestrina a los jóvenes que hoy componen y cantan, pasando por los grandes de la música barroca o el novecentismo de Verdi. Desde el inigualable napolitano Enrico Caruso –los partenopeos son a la música italiana lo que la sal es a la cocina-, hasta el imprescindible Pavarotti o el ecléctico Andrea Boccelli. Desde las rítmicas tarantellas, hasta la inoportuna banda Bassotti, aquella a la que se prohibió actuar en España por exaltar en alguna de sus canciones a la banda terrorista etarra y que más allá de sus mensajes radicales tiene alguna canción ciertamente interesante como su versión de ‘Guantanamera’. Desde los incombustibles Adriano Celentano o Gianni Morandi, hasta los ultimísimos Fabrizio Moro, Emmanuela Trane -Dolcenera- o Simone Cristicchi.
Vamos a centrarnos en los contemporáneos, los artistas de finales del siglo XX y principios del siglo XXI y nos referiremos a un evento difícilmente comparable como es el festival de Sanremo.

‘Sanremo è Sanremo’

La música italiana tiene desde el año 1951 su mejor medio de expresión en el festival de Sanremo. En sus cinco primeros años el festival que se celebra en la ciudad de San Remo (en la norteña región de Liguria, muy cerca de la frontera francesa y famosa también por la carrera ciclista de primavera Milán-San Remo también conocida como la classicissima) fue un festival más de la canción de cuantos se celebraban en muchos países. Y en la Italia della dopoguerra (de la postguerra mundial) en la que aquel otro napolitano, Renato Carosone, llevó una sonrisa a millones de italianos en unos años difíciles en los que a las penurias económicas se unió el riesgo de una dolorosísima guerra civil, era necesario una válvula de escape como ciertamente lo fue aquel Tour de Francia ganado por el ciclista Gino Bartali. Y esa válvula tenía que ser a través de la música y de un festival de la canción melódica.
Sanremo se hizo grande a partir de 1956 y es ahí donde surge una paradoja más de la sociedad y la cultura italianas. Ese año nació el festival de Eurovisión y fue entonces cuando Sanremo, que siempre se celebra a finales de febrero o a principios de marzo, se convirtió en el modo de seleccionar al artista o artistas que representarían a Italia en Eurovisión. Sanremo, que empezó a celebrarse en el casino de la ciudad ligur y que hoy está plenamente identificado con el Teatro Ariston, ya lo tenía todo para convertirse en un fenómeno mediático.
Pero apenas tardó diez años el festival italiano en romper su relación con Eurovision, el tiempo en que el grandissimo Domenico Modugno ganó Sanremo y como ganador del mismo acudió a Luxemburgo a cantar en Eurovision ¡y quedar último con cero puntos! Fue aquella una de las grandes afrentas y vergogne (vergüenzas) que ha sufrido Italia.
A partir de ahí Sanremo se creó su propia identidad al margen del todopoderoso festival de Eurovisión produciéndose la paradoja. Italia siguió mandando representantes a batirse el cobre con los demás representantes de los países de la UER (La Unión Europea de Radiodifusión), pero ya no tenían que salir necesariamente de Sanremo.
En la edición de 2008 del festival de la canción italiana, el lema utilizado por los organizadores, la RAI, es decir, la televisión pública estatal de Italia fue el de ‘perchè Sanremo è Sanremo’. Y la verdad es que no hay lema que mejor identifique a un fenómeno de masas como es aquel. Si se le pregunta a cualquier italiano qué es y qué supone su festival, probablemente responderá utilizando ese lema. Sanremo es Sanremo y basta. No hay nada que se le pueda comparar para un italiano, sea de izquierdas o de derechas, sea rico o tenga un trabajo en precario al que dedica doce horas al día y aún más, para ganar 600 euros al mes -eso ocurre por extraño que parezca en la Italia de 2008-, viva en el norte o en el sur, tan distintos unos de otros.
Durante los cinco días que dura, Sanremo prácticamente paraliza Italia. Lo retransmite en directo la RAI 1 en ‘prime time’ y la final –siempre en sábado- es todo un acontecimiento de masas. Y eso que el festival parece que está en crisis en los últimos años, que ya no es lo que era, que la competencia televisiva con la irrupción de las cadenas privadas –todas ellas del imperio Mediaset de Silvio Berlusconi- es brutal, y que las grandes figuras piensan que competir –y puede que no ganar- no es lo mejor para ellas.
En un país que en muchos aspectos parece de opereta, sería un sacrilegio que en Sanremo apareciera el ‘frikismo’ que ha invadido el festival de Eurovisión. No hay hasta ahora esperpentos en Sanremo más allá de lo que los italianos consideran políticamente correcto en algo tan serio para ellos como es la música.
Sí hay interminables debates tras cada una de las ‘serate’ (veladas) y por supuesto el domingo, el día después de la final en la que se corona al ganador, que en las últimas ediciones han sido uno en la categoría de artistas consagrados y otro en la categoría de jóvenes.
Las audiencias televisivas avalan al festival como un auténtico fenómeno de masas.